Entre mis lecturas cotidianas, suelo encontrar información sobre emprendedurismo a nivel global y en regiones como América Latina. Casi todos coinciden en un problema que me parece muy relevante para el desarrollo de esta actividad en la región: hay un buen nivel de emprendimiento pero poca innovación.
Si bien Latinoamérica ha ido rompiendo las barreras que no permiten a los emprendedores desarrollarse – y, por supuesto, los gobiernos han empezado a hacer su labor mejorando la estabilidad regulatoria -, todavía existen obstáculos serios, como la creación de incentivos gubernamentales en el desarrollo de nuevas tecnologías y una baja productividad del mercado laboral, para que estos y nuevos emprendedores liguen o basen sus proyectos a ideas nuevas, frescas e innovadoras.
Para hacernos una idea, en 2018, Amazon, Alphabet, Intel, Apple y Microsoft invirtieron más de 65 mil millones de dólares en investigación y desarrollo (I+D), una cifra que hace palidecer los 20 mil millones de dólares que invirtió la NASA.
Eso sí, estamos comparando la enorme inversión en innovación y desarrollo que hacen las empresas privadas, pero ¿qué ocurre con la inversión pública? Se estima que los países latinoamericanos invierten el 0.8% del PIB en promedio, mientras que en Estados Unidos se trata del 2.8%, en China del 2.2%, y los países pertenecientes a la Unión Europea invierten el 2.5%.
Por supuesto, en América Latina es necesario aumentar la inversión pública en innovación, pero también es cierto que la inversión privada tiene que multiplicarse. Se calcula que apenas el 8% de todas las empresas de la región hacen algún tipo de inversión en determinados negocios innovadores.
Siendo un emprendedor, uno siempre debe de tener el foco en aquello que está por venir, adelantarse a su tiempo y mantener el negocio en constante innovación, adaptándose a los nuevos cambios que van surgiendo. Mi padre, Diego Cisneros, nos inculcó lo que llamaba una mentalidad visionaria, es lo que me ha ayudado a construir mi legado a lo largo de los años, un legado que hoy continúa mi hija Adriana al frente de la empresa.
Estoy convencido de la necesidad de continuar apostando e invirtiendo en América Latina, y soy realmente optimista sobre el futuro de la región, observando cada día claros ejemplos del potencial con el que cuentan en innovación.
Debemos celebrar a los emprendedores, los que ha habido y los que están por venir, aquellos que lo apuestan todo para ejecutar y materializar sus ideas y proyectos, pero sobre todo, debemos celebrar a aquellos que además de arriesgar, apuestan por lo diferente y extraordinario, con nuevas visiones, propósitos y alternativas sostenibles y sustentables, abriendo un mundo de nuevas posibilidades a nuestros países.